UnidadBásica.
En un principio, el simple gesto de elaborar y dirigir alguna crítica específica hacia determinadas medidas del gobierno de Alberto Fernández significó el rechazo de amplios sectores de la militancia. Se sostenía entonces que no era el momento adecuado para formular críticas internas, que se estaba haciendo el juego al enemigo, que de algún modo se estaba debilitando la imagen del Gobierno. Criticar es debilitar. Esa era la idea.
Ser crítico nunca fue fácil en el peronismo. Desde la cultura del verticalismo, hasta el concepto de lealtad, atentaron siempre contra la posibilidad de plantear diferencias y discrepancias
Durante este primer año de gobierno a los críticos se los trató de ingenuos en algunos casos, o de idiotas, en otros momentos. La relación con el poder concentrado, la debilidad y sumisión del Gobierno, fue el punto central de las críticas. La imposibilidad de intervenir en Vicentín, una empresa agroexportadora que fue llevada intencionalmente a la quiebra y que dejó consecuencias catastróficas para muchos sectores vinculados a la actividad. Ese fue el tipo de críticas. El voto selectivo contra Venezuela por la violación de los derechos humanos en ese país, decisión tomada por la presión de EEUU, fue otro punto de crítica.
No hubo caso. Las críticas internas no cesaron, sino que aumentaron. “No se cansan de criticar”. Desvalorizar la crítica fue la tarea entonces de muchos militantes, incluso otorgarle a la crítica un valor conspirativo.
Ya pasó un año desde que asumió el Gobierno Alberto Fernández. ¿Sirvieron para algo las críticas? No. De ninguna manera. El Gobierno ignoró todas las críticas internas que provenían de las distintas militancias. El Gobierno sigue siendo igual de sumiso (como desde el primer día) ante el Poder dominante. Las críticas internas no cambian nada. Las únicas críticas que realmente le impactan al Gobierno son las que provienen del Poder concentrado, incluyendo los grandes monopolios mediáticos.
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